viernes, 27 de febrero de 2015

Como un suicidio. Por Raúl del Olmo.


Llevaba casi una hora mirando inmóvil por el cristal. Sus ojos se mantenían fijos en ninguna parte, en un punto de fuga indefinido por el que resbalaba, de vez en cuando, alguna gota de un improvisado aguacero mientras aferraba firmemente al frío guardián de su destino.

También llovía bajo sus párpados, intentando escampar a duras penas sobre las grietas de su piel. Sentado, su cabeza daba vueltas sobre la idea de que todo había terminado. Ignoraba si era una decisión cobarde o la más valiente que tomar llegado a ese punto. Fuese como fuese, debía ser algo rápido y fulminante, no cabían las medias tintas o arrepentimiento alguno, el paso sería determinante.

No daría explicaciones a ningún conocido, no dejaría rastro, no mediría las consecuencias que ello tendría sobre los demás. Tampoco había dado pistas a nadie, si bien todos conocían su angustia existencial, su trágica fortuna de contar con una vida empeñada en sonreírle mientras él le daba la espalda.

Se preguntó cómo sería recordado, qué pensarían los demás de su atrevimiento a abandonar un mundo con tantas oportunidades desperdiciadas como decepciones compartidas. Pero éste sería su último día. Sin avisar, sin rendir cuenta alguna lo llevaría a cabo. Una salida final, extrema, sin marcha atrás posible.

Sabía que ésa era la mejor forma para hacerlo. Se levantó de la silla lentamente, respiró profundo y con paso lento se dirigió hacia su habitación con el objeto entre los dedos; lo observó con gesto entre duro y resignado, recostándose sobre la cama, testigo muda de sus tormentas emocionales desde hacía tanto tiempo.

Deslizó de forma rápida su mano por él: lo primero sería desinstalar Instagram, Facebook, Twitter y Whatsapp, uno tras otro, y cerrar para siempre su Tumblr y su blog.

Abrió la ventana de par en par y arrojó el móvil al vacío: había elegido vivir.