viernes, 25 de octubre de 2013

Ángela Cavagna: prima donna.


Hoy quiero rendir en mi blog un sentido homenaje al principal mito erótico de mi infancia: Ángela Cavagna. Quizá se aparte de la temática general de los artículos, pero qué duda cabe que rememorar la importancia de un mito en cualquier campo es fundamental, personal e intransferible. El tono dista bastante del empleado en la mayoría de entradas, ya que fue ideado y escrito para un especial de "Guerra de tetas" que hicimos en el weblog del programa de radio donde colaboro, La Parada de los Monstruos. Su desparpajo, frescura y nostalgia feromática lo convierten en una rareza singular y díscola para estas páginas.

Ángela Cavagna es un nombre que no dirá nada a muchos. Esta italiana rivalizó con Sabrina con furor por ser la sensación definitiva de la batalla voluptuosa en torno a los senos que dinamitó los años ochenta de muchos hogares a nivel televisivo. Su esbelto poder mediterráneo exigía desde entonces paladares exquisitos: ella era la elegancia para el inquieto semen bisoño quinceañero.

Y contaba con un arma que no fueron capaces de explotar sus rivales: un culo de órdago del que siempre hacía gala ya fuera posando, ya fuera actuando. Así, a las claras, ella era la mujer latina perfecta para haber protagonizado cualquier devaneo carnal de Tinto Brass o Bigas Luna, sus generosas chichas bien habrían merecido el homenaje de estos gigantes fílmicos de la industria cárnica sin complejos.

Aún recuerdo su impactante presentación: su camisón amarillo, medias de rejilla y deportivas bajando por la escalinata de una sala de máquinas que emulaba el interior de un barco. No podría ser en otro entorno más casposo y excitante al tiempo para un quinceañero lejos de dinamitar la noche: un programa decadente de Nochevieja presentado por La Trinca nada menos. Un año antes había sido la mortadela de la Salerno la que había conquistado pantalla con esa chupa heavy carpetera en TVE, pero esta vez era nada menos que una revisión en playback del “Cuando, cuando” –tiene huevos, oigan- bailado a brincos y vueltas, el que dejó ver un pezón empitonadísimo (nada que ver con la picadura de avispa en medio de una rodaja de fiambre de la cejuda Sabrina). Esos bailes horteras y esa manera de tocarse su esplendida cabellera, junto a un magreo en plano picado de su culo en primer plano, dejaban a las claras que la Cavagna pisaba fuerte aunque hubiese llegado rezagada a nuestro universo tetómano.


Ese mismo año fueron las autonómicas las que se llevaron a la Salerno para la ocasión, pero bien asegurados de que sus pechos no guiñarían un regalo al personal, al hacerla actuar con un sujetador empedrado bien ceñido que impedía cualquier salida de mama y de madre.

No tardaron en llegar portadas por estas tierras en Interviú, con esas famosas batallas entre las antiguas amigas italianas de adolescencia, hasta fotos juntas de entonces llegaba a publicar la revista. Interiores con fotos de escándalo donde quedaba muy a las claras la superioridad de la Cavagna en su geografía corporal. Ambas debieron haberse conocido en su Génova natal. El colmo de la lucha le hizo llevar a los tribunales italianos a Sabrina acusándola de que sus pechos no eran naturales a diferencia de los suyos y que incluso llegaba a meterse algodón en los sujetadores antes de actuar (¡!). Lo más desternillante era la manera en que a los cuatro vientos se promulgaba “Artista” como si fuera, no sé, Diana Ross o Aretha Franklin. Para mearse.

En la posterior lucha de ubres ya mencionada en anteriores artículos, dirigida por el inefable Ángel Casas en su programa de variedades, donde coincidieron aparte de ellas dos, Samantha Fox, Carmen Russo y nuestra Marta Sánchez –época tensa con la prensa en que tuvo que posar en un calendario en bolas a lo Marilyn para que no la publicaran unas fotos junto a un negro trempado a su lado- la Cavagna tuvo que grabar su actuación en distinto día al que acudía Sabrina para evitar que coincidieran juntas. Apabullante fue su vestido escarlata de terciopelo vampírico a punto de estallar a cada centímetro y cerrado en el cuello, dejando a la vista un hiperbólico escote, un paraíso sensorial donde cebar nuestra líbido adolescente. Muy pin-up 50´s. No obviemos el tema de spaghetti disco con guitarrita a lo Raúl Orellana de la época que era su tarjeta de presentación siempre: “Easy Life”, pa’ nota.

Easy life en el programa de Ángel Casas.

Y como nos vino, se nos fue y se nos refugió en su Italia donde llegó a ser portada de Playboy y tener numerosas apariciones televisivas en programas concurso y demás como enfermera, azafata, hasta recientesreality-shows; en fin a cualquier palco donde ver algo de su carnal “instinto artístico”.

Su decadencia puede ser seguida, tristemente, en www.angela-cavagna.it, página donde vemos como es capaz de, casi veinte años después de estas tempestades, seguir posando con un físico irreconocible a decir verdad, lo que la convierte casi en la Axl Rose del circo pectoral.

viernes, 18 de octubre de 2013

Horizontes inabarcables: God is an Astronaut en directo.

Tras la oportunidad de disfrutar una vez más de las virtudes y emoción que transmiten en directo los irlandeses God is an astronaut, os dejo mis impresiones para rendir homenaje y justicia a una banda que merece mucho más. Acompañaron los madrileños Jardín de la Croix como teloneros.


(Escrito originariamente para la revista on-line Muzikalia).

Madrid aunó este mes de octubre en una misma velada una doble apelación no tan fácil de lograr: al corazón (God is an Astronaut) y al cerebro (Jardín de la Croix). Y eso fue posible porque ambas bandas cuentan con la capacidad de tocar la fibra y estimular ambos órganos -cada una en su propuesta- con extrema facilidad y pulso firme.

Abrieron fuego Jardín de la Croix. Su math rock virtuoso y contundente convenció desde el primer momento. Siendo especialmente agradecido este estilo para ser digerido en directo, la batería de ritmos y contratiempos trepidantes aunó eficacia y técnica. Es muy posible que sea la propuesta de rock instrumental más excitante de nuestro país junto a Toundra hoy día.


Esta era la tercera vez que veía a God is an astronaut en directo. Con cada disco desde el homónimo les he ido disfrutando a su paso por España. Presentaban en esta ocasión Origins (13), un trabajo de tremendo poder evocador y sensibilidad, con dosis moderadas de electricidad desbocada y tintes electrónicos.


Quizá lo que más llame la atención de primeras sea el uso distorsionado de la voz a las maneras que hicieron Mogwai desde su Happy songs for happy people (03), detalle éste que les remite en parte a los escoceses, pero que no debiera despistar y dejar pasar por alto las virtudes de un trabajo notable.


Confiados en el potencial de éste, abrieron el concierto con la bellísima expansión de "Weightless", su tema más delicado y maravilloso. Sonó estupendo y fue el mejor momento de Origins junto a la solemnidad de "The last march", el riff demoledor de "Calistoga" y, ya en el bis, la abrasión desatada de "Red moon lagoon".

Sus miradas al pasado se centraron en su obra magna, All is violent, all is bright (05), del que no faltaron temas inmortales como "Fragile", "Forever lost", "Fire flies and empty skies" o la reserva para el bis de "Suicide by a star". Sin embargo, el mejor momento de ese tratado imponente de post rock fue la durísima revisión de su tema titular.

Hermoso corto animado acompañando "Suicide by Star", uno de sus temas más intensos.

Entre las novedades que traían los irlandeses en vivo, cabe indicar la de un guitarrista de apoyo, lo que conseguía que, en algunas partes más intensas donde el teclista aferraba también las seis cuerdas, las canciones ganaran en cuerpo sustentadas por tres guitarras.

Para terminar, destacar la tremenda entrega demostrada por la banda, especialmente por la figura incombustible y fiera de unTorsten Kinsella en perfecta comunión con los fans más enfervorecidos de las primeras filas, alcanzando el cénit en otros dos rescates apoteósicos como lo fueron "Echoes" y un final convertido en una celebración orgiástica como pocas se recuerdan este año con "Route 666".

viernes, 11 de octubre de 2013

Mad Season: mi otoño particular.


Todos tenemos discos especiales para o por algo. Escucharlos se antoja un ritual. En mi caso, aún no sé el motivo, la llegada del otoño me lleva cada vez a pinchar el único trabajo de Mad Season, Above (1994). Aprovechando su re-edición este año y toda la vida subterránea que tiene para mí, dedico esta semana la entrada de mi blog a él.

No hace falta presentar a Mad Season a día de hoy. O quizá sí, lo que sería más grave. Mad Season fue uno de los denominados "supergrupos" de los 90's. Ya sabéis, esas bandas que aunaban miembros de distintas formaciones en proyectos la mayoría de veces puntuales. Mad Season fue junto a Temple of the Dog -proyecto liderado por Chris Cornell que aunaba a miembros de Soundgarden y Pearl Jam en un tributo a la muerte del líder de Mother Love Bone, Andrew Wood- la superbanda distintiva del movimiento grunge.

Sería cruel decir que fue la desidia con sus bandas madre y las adicciones con la droga las que solidificaron la reunión de miembros en Mad Season, pero omitirlo también sería faltar a la verdad. El aura de pesimismo, belleza marchita y emoción quebradiza que definen cada uno de sus surcos ejemplifican perfectamente este hecho. Layne Stanley (vocalista) en Alice in Chains y Mike McCready (guitarrista) en Pearl Jam habían caído en la espiral autodestructiva de la heroína y, por otro lado, Barrett Martin (batería) era presa de los conflictos siempre presentes en el seno de los añorados Screaming Trees. John Baker Saunders, bajista de The Walkabouts, completaba el cuarteto. Con el paso de los años, resulta terrorífico comprobar que dos de sus miembros, Layne Stanley y John Baker, resultaron finalmente fulminados por el peso de la droga y de la angustia vital, falleciendo ambos lastimosamente.

Recuerdo mi primer contacto con Above, fue en aquel bendito oasis radiofónico que era De 4 a 3 en Radio 3 con Paco Pérez-Bryan. Fue la canción "Artificial Red", canción con efluvios blues y jazzies la cual aún la considero bastante más prescindible que el resto del disco y bastante distinta además. Me dejó frío y extrañado. Posteriormente, un amigo de la facultad me grabó en cita de cassette el disco. Allí ya quedé prendado de tres canciones que durante mucho tiempo las tenía en brutal estima por encima del resto: "Wake up", "The river of deceit" y "All alone". Con diferencia, las más tristes y conmovedoras, tres de las más bellas muestras musicales que experimentaré jamás.


Con esas impresiones aún irregulares, pero puntualmente maravillosas, llegó el cumpleaños de un gran amigo mío donde mi idea era regalarle el disco. Cómo no, a la forma en que se hacen los regalos más inmortales: a mano, sin gastos, sólo con cariño y significancia. Le grabé otra cinta de cassette, de mi propia cinta pirata de cassette -reíros ahora, acólitos del bit rate- y se la deposité en su buzón sin mediar palabra con él. Sólo le incluí una nota a bolígrafo con alguna sentencia propia de las circunstancias y con un asterisco señalando las canciones que más me llegaban, las tres de las que hablo.

Ese ritual obedecía a alguna de esas crisis puntuales de aislamiento, incomprensión -o sepa dios qué- que ocurren con esos amigos que te acompañan durante todo tu periplo vital y que, cómo no, siguen a día de hoy a tu lado. No es gratuita esta anécdota, ya que son esas intrahistorias que van unidas a los discos, o a las obras artísticas en general, las que aportan su verdadera importancia y significado en tu transitar. Supongo que ése será para ambos el recuerdo que más perdure de este trabajo siempre.

Con los años, fui valorando cada vez más Above y me ha seguido acompañando, sobre todo en el momento en que moría el verano. Me fascinaba escuchar las primeras notas pautadas, profundas y misteriosas de "Wake up" antes de que la voz más conmovedora y particular del rock comenzara a deshacernos por dentro con sus versos. Y más cuando la luz y el calor daban paso a la ingravidez de septiembre, que es un mes en el que considero que todo nace y muere, una especie de año nuevo particular. La extraordinaria técnica y capacidad tribal de la batería de Barrett Martin en "X-ray mind", la herencia arrastrada y soporífera en el mejor sentido de Alice in Chains en "Lifeless dead" y "I don't know anything", la llegada furtiva y cautivadora de Mark Lanegan  en "Long gone day" o esa orgía instrumental alucinógena que es "November hotel" con un McCready inmenso y expansivo, han sido con el tiempo otros lugares sonoros donde perderme y sentirme afortunado por contar con ellos. Así hasta convertirse en un disco crucial del que no puedo prescindir nunca.

"All Alone" en directo. Una elegía descarnada por la soledad que se pega a las entrañas.

De los pocos documentos para acrecentar su leyenda y extraordinaria calidad musical y emocional, es su vídeo comercializado en VHS, Live at the Moore de 1995. Otro buen amigo me lo grabó ya en esta era digital y es fascinante el estado de forma de la banda, su capacidad de transmisión y el aura intransferible y personal que destila. Por fin este año hemos asistido a una re-edición de lujo donde se puede disfrutar junto a un cuidado digipack y libreto de Above y el concierto íntegro en The Moore, tanto en audio como en vídeo -con las canciones no incluidas originalmente como extras adicionales de vídeo-.

Se incluyen también, y ahí está lo jugoso, una colección de temas con la voz de Mark Lanegan como protagonista una vez que Layne Stanley nos hubiera abandonado a todos. Especialmente hermosas resultan las dos más pausadas y emotivas, "Slip away" y "Black book of fear", mi preferida del nuevo lote. Se rescata también "I don't wanna be a soldier", la versión de John Lennon ya incluida en el tributo al artista Working Class Hero (1995).

La preciosa "Black book of fear".

Como anécdota, contaré que en una de las veces en que pude hablar con Ainara LeGardon en Madrid, me comentó como Chris Eckman, miembro de The Walkabouts que colaboró en sus discos, le contaba con impotencia la preparación del segundo trabajo de Mad Season. Un trabajo que nunca llegó a existir por esas tardes de ensayo en las que sólo Barrett Martin acudía al local habiendo quedado todos previamente, sin saber el paradero de ninguno del resto de miembros. A saber en qué sucio rincón estarían lamentándose con su idilio pernicioso con los paraísos artificiales. Impactante sobre todo por ser contado por alguien que lo ha vivido allí mismo, en relación con el resto de personas implicadas en Mad Season. O los detalles terribles de la sobredosis que se llevó de este mundo a John Bakers tras ser abandonado por su pareja sentimental. No son notas truculentas sin más, son flecos que ayudan a mostrar con detalle y honestidad máxima lo que se cuece detrás de las obras y los artistas cuya vida duele, muerde y fluye a duras penas.

Y hasta aquí este pequeño tributo a una banda y una obra imperecederas que siempre latirá viva y frondosa, esperando que nuestros oídos y corazones se adentren una vez más en un viaje hacia ninguna parte como lo son todos aquellos en los que merece la pena embarcarse.

viernes, 4 de octubre de 2013

El arte de terminar las cosas: Dexter Vs. Breaking Bad


(Nota: Este artículo no contiene información relevante sobre las tramas de las series sobre las que habla y puede ser leído con total libertad por aquellos que no las han visto).

Recientemente, hemos asistido al final de dos series paradigmáticas de los últimos tiempos: Dexter y Breaking Bad. Esta semana quiero dedicar la entrada de mi blog a describir las formas tan diametralmente opuestas en que ambas han llegado a su colofón.

La verdad es que las dos prometían un desenlace por todo lo alto. Y nos hemos equivocado con ambas, una por no llegar y la otra por pasarnos: Con Dexter, tras una formidable séptima temporada, por no recordar su manifiesta irregularidad y prometérnoslas demasiado felices; y con Breaking Bad, que con su insultante guión soberbio nos tenía tan mal acostumbrados, al no adivinar una forma tan ejemplar de cerrar todos los flecos de una historia, quedándonos cortos en las previsiones ante tamaña maravilla que marcará un nuevo hito televisivo.


Como digo, Dexter, una de las series sin duda más famosas y generadoras de fans en torno a un personaje principal, ha sido capaz de lo mejor y de lo peor siempre. En parte, en ello radicaba su encanto. Aún recuerdo la trepidante segunda temporada, el impacto atroz del final de la cuarta o la remontada hacia el estallido final de la séptima entre los más grandes  momentos que me ha brindado una serie. Pero, claro, ahí estaba igualmente la falta de pulso y carisma de la tercera y la sexta (que se salvaba tan sólo con un cliffhanger que te dejaba en estado de shock un año entero esperando su continuación), o un conjunto de personajes que, exceptuando la brutal Debra Morgan (hermana de Dexter) y los "villanos" coyunturales de alguna que otra temporada, no eran capaces de dar la réplica a los dos protagonistas.

En este sentido, podría decirse que Dexter es una serie en las antípodas de, pongamos, The Wire con una insultante regularidad y una carencia absoluta de estridencias y efectismos. También evita un protagonismo excesivo en torno a un personaje (cosa que ocurre en parte también en Mad Men con Don Draper, pero mucho menos marcado que con Dexter) y apuesta por una propuesta coral donde los dos personajes colectivos, la calle y la supuesta ley y orden, entran en conflicto.


El problema con Dexter, como indicaba, es la espectacular remontada que nos ofreció la séptima temporada y la promesa de terminar una serie que, pese a su extensa duración, no mostraba unos signos de cansancio tan evidentes como Mad Men (otra con una horrible sexta temporada tras el gran sabor de boca de la quinta). Pues bien, los guionistas han hecho aguas y no han tenido ni idea de cómo terminarla. Por un lado, algunos personajes cosificados hasta el insulto y Dexter transformado en un ente indefinido alejado por completo del carisma y de lo que los fans podemos esperar de él. Tras un arranque prometedor que bucea en el pasado del personaje de nuevo, la trama principal avanza a trompicones y va mutando hacia la aberración, mientras que las secundarias carecen de interés alguno, así como los personajes nuevos que aparecen sin tener ni idea de cómo encajarlos con coherencia (obvio detalles para que quienes no hayan visto la serie puedan leer el artículo sin verse amenazados por los spoilers como indiqué al principio del artículo).

No han dado un final digno a Dexter y eso duele: lo han convertido aún más en un elemento de mercadotecnia, haciendo primar ese aspecto sobre el de la dignidad de un personaje y la calidad audiovisual. Una pena.

El caso opuesto lo tenemos con Breaking Bad. Los último ocho capítulos de la segunda manga de su quinta y última temporada se digieren de un suspiro: quieres más, no puedes dejar de metértelos en vena uno tras otro. Aparte de un guión y unas interpretaciones majestuosas, Breaking Bad que ya lo había hecho en ocasiones no precisamente con el mejor tino al no ser su objetivo primordial, apela a la emoción. Y de qué manera: franca, dura y sin miramientos. Y, además, con cabeza. Un final crepuscular, sin que ningún elemento quede colgando. Nadie olvidaremos nunca el cerebro comprometido con sentir lo que es vivir de Walter White, ni a su sufrida familia, ni a la estrella negra que acompaña al corazón puro e intoxicado a la par de Jesse Pinkman, ni al conjunto de narcotraficantes más carismáticos y molones que recordamos en mucho tiempo.


Breaking Bad logra aunar virtudes como lo son: entretener, resultar inteligente y conmover. Es habitual que alguno de estos pilares flaquee y sólo las obras destinadas a perdurar en el recuerdo los construyen con el suficiente peso como para aguantar el desgaste del tiempo y de nuestra experiencia como espectadores.

Sólo nos queda agradecer el esmero y el cariño de aquellos que consiguen mantener hasta el final la dignidad y el encanto de las cosas que crean por mucho que, como con todo en esta vida, eso sea lo más difícil.